Sinopsis: «Y si la vida no tenía aliciente para él, la muerte no le aterraba. ¡Que se cumpliese su Destino! No haría nada por evitarlo.»
La ironía, la honda melancolía y la inconfundible mirada desencantada de Oscar Wilde impregnan cada una de estas páginas, erigiéndose como monumento paródico y duramente crítico hacia la sociedad victoriana de finales del siglo xix. Todo ello esbozado con un estilo único, patente desde las sátiras de “El crimen de lord Arthur Savile” y “El fantasma de Canterville” hasta los cuentos de hadas como “El Príncipe Feliz”, “El ruiseñor y la rosa” y “El gigante egoísta”.
El presente volumen reúne toda la narrativa breve del autor irlandés, vertida por el maestro Julio Gómez de la Serna. Precede a los relatos, además, la introducción del renombrado escritor y ensayista Gonzalo Torné.
Se dijo de Oscar Wilde que “no conversó, contó cuentos”. De sus cuentos a menudo pasados por alto, hay muchos que se pueden imaginar extemporizados por el poeta con una copa de jerez. El exquisito “Crimen de lord Arthur Savile”, sobre los intentos de un aristócrata maldito de golpear a sus parientes, es tan deliciosamente frívolo como cualquiera de las obras satíricas de Wilde. En “El retrato de Sr. W. H.”, por otro lado, los fanáticos de Dorian Gray reconocerán la misma manipulación adepta del suspenso gótico.
El príncipe feliz y otros cuentos y La casa del Juicio (incluyendo “El joven rey”, “El pescador y su alma” y “El niño estrella”) a menudo se presentan y se representan como cuentos para niños. Dada la angustia que recuerdo haber estado leyendo después de leer “El ruiseñor y la rosa” y “El príncipe feliz” a una edad temprana, me pregunto si esta es la intención de Wilde para ellos. Son encantadores líricamente, pero también expresan un pesimismo que puede confundir a los niños acostumbrados, como yo, a los “felices para siempre”. Lejos de ser consoladores, atestiguan la arbitrariedad de la vida. Los cabos sueltos se dejan sin atar, los héroes sin recompensa, los villanos sin castigo y, lo que es más frustrante de todo, las lecciones no aprendidas. El cohete persiste en su ilusión; la rata de agua grita “¡Pooh!”; La infanta se echa a perder para siempre. Wilde rara vez emite juicios: considera que la moralización, como la madre pato en “El amigo fiel”, es “algo muy peligroso”.
De hecho, hay momentos en que Wilde parece estar del lado de los perseguidores. Me irritó cuando era niña, pero me desafió en igual medida. Un adulto, un profesor de hipócritas, notará toques de sátira que los niños no ven. Wilde creía en la vida imitando el arte, y quería que nos sintiéramos implicados por sus relatos: desafío a cualquiera para que los lea y se sienta impasible. Verás al igual que yo, que la vida merece tener justicia y luchar por los derechos.