¿Qué es lo primero que piensas cuando ves que un grupo de mujeres mayores con uniformes de porristas protagoniza una película? Definitivamente una comedia.
Mejor que nunca es la carta de presentación de la documentalista Zara Hayes, que incursiona en el mundo de los largometrajes con una película que habla sobre sueños, amistad, frustraciones y pompones.
A través de comentarios irónicos puestos en momentos en que Hayes sabe que la gente reirá porque estructuralmente está determinado, juega con una historia que arranca con Martha, una mujer que ha sido diagnosticada con cáncer y que rechaza para morir en paz en una comunidad de retiro en Sun Spring, Georgia, pero que el recuerdo de un sueño incumplido el apoyo de una inesperada amiga, la lleva a formar su propia club de porrista, y para más, inscribirlas en una competencia.
Llena de estereotipos y clichés, es una película que tiene un buen punto de arranque, sin embargo, el ritmo decae a medida que avanza la película y se concentra en cumplir con ciertas escenas que puedan conmover y emocionar al espectador. Sin embargo, uno de los principales aspectos a criticar es que concentra toda la atención en Martha, dejando sin profundizar algunos personajes secundarios que podrían haber sido interesantes de revisar y que con suerte nos dicen sus nombres, pero que en su mayoría se sustenta en las actrices detrás de los roles.
La complicidad que une al grupo es lo que más se disfruta, pues cada una apoya a la otra, desde un hijo que controla lo que su madre puede o no hacer, hasta ayudar a una de las integrantes ha empoderarse. Este elemento es, probablemente, el que más se disfruta.
Una película liviana, que logra cerrarse en una la hora y media que dura, y que recurre al “nunca es tarde” para cumplir los sueños, pero que se queda en la confortabilidad de la fórmula típica de las comedias y que en los últimos años ha venido de la mano con la colaboración de actores y actrices de renombre, que finalmente terminan siendo el sustento de la película.