Del director francés Hugo Gélin, llega la comedia romántica “Un amor a segunda vista” (“Mon inconnue” en su idioma original), una película que mezcla varios elementos clásicos del cine romántico de todos los tiempos con la comedia liviana, mezclado con un poco de ciencia y futurismo.
La trama nos muestra a Raphaël (François Civil) y Olivia (Joséphine Japy), una pareja que se conoce y enamora en el colegio, hasta crecer y casarse. Raphaël se convierte en un autor bestseller de libros de ciencia ficción y Olivia en una virtuosa, pero poco exitosa pianista. La fama de Raphaël crea tensiones en la pareja que termina separándose, acto seguido, Raphaël despierta en un universo paralelo en el que es un profesor de lenguaje desconocido y la que fuera su esposa, Olivia, es una exitosa concertista que no tiene idea que él existe.
Aunque muy pulcramente realizada, “Un amor a segunda vista” nos entrega una historia de “pérdida de memoria”, “viaje en el tiempo”, “cambio de vida”, etc, que ya ha sido hecha hasta el cansancio en el cine, aunque sin lograr del todo captar la forma en la que las relaciones de pareja funcionan en la actualidad.
A pesar de esto, la película está repleta de ingeniosos diálogos respaldados por un potente elenco. La química entre los protagonistas es perfecta, pero por lejos, lo que más brilla en el filme es la amistad de Raphaël y Félix (Benjamin Lavernhe), siendo este último el encargado de llevar la trama humorística en la película y lo logra al máximo. El personaje de Félix se transforma en uno más querible que Raphaël, ya que a diferencia del protagonista, es feliz con su vida en la “mediocridad” y es aquí donde intenta aterrizar a Raphaël en su búsqueda por volver a su realidad de fama y comodidad.
Hacia el final de “Un amor a segunda vista”, el director pareciera querer decirnos algo sobre los sacrificios que se requieren para poder mantener una relación de pareja a flote. Sin embargo es la visión superficial y pasada de moda de Gélin que nos lleva a una conclusión decepcionante, en donde tiene que ser sólo uno de ellos quien lleve una vida exitosa y satisfactoria, dejando fuera de la ecuación de que una pareja pueda lograr la plenitud laboral estando juntos.
Es esta falla en lograr que exista un “tercer universo paralelo” para esta pareja lo que nos deja con un mal sabor de boca y la sensación de que Gélin desarrolló este final sin siquiera detenerse a pensar lo que significaba, especialmente en la actualidad.
“Un amor a segunda vista” juega libremente con conceptos como alterar el espacio-tiempo y otras ideas futuristas, pero en términos de igualdad, se siente como un retroceso.